domingo, 15 de marzo de 2009

Obsesionada con una ciber-relación

Yolanda, agradezco poder contar esta historia por que sé que en este medio es en el único en el que me podrán entender.
Empieza hace ya unos meses cuando conocí en un chat a Alejandro, un chavo mexicano igual que yo, pero vive en el extranjero. Es increíble que haya conocido a alguien tan común conmigo, estudia la misma carrera que yo, la misma edad, su forma de ver la vida y ¡el colmo! el mismo apellido. Llegué a pensar que me estaba engañando pero con el tiempo me di cuenta que no era así.

Como todas las ciber-relaciones, al principio solo chateábamos y posteriormente hablábamos por teléfono y nos mandábamos mails. Estoy segura que este sentimiento tan padre que estaba naciendo no sólo era mío sino también de él, pues aunque suene tonto, lo percibía.

Nadie era tan feliz como yo (ja, ja, ja, y sólo con una llamada o platicar en el chat con él, ¡qué bárbara! ¿no?). Nuestras pláticas eran de horas y horas, era como un sueño, la vez que me mando sus fotos ¡no lo podía creer! es el chavo más guapo que he visto. Me sentía como si hubiera encontrado a mi alma gemela por el chat, y pasaron así los meses.

Llegaron las vacaciones, él saldría al campo y yo a la playa y dejamos de hablar pero prometimos llamar en cuanto llegáramos.
Yo le marqué primero, me contestó y sólo me dijo que estaba algo ocupado, que me llamaría en 15 minutos, bueno pues... pasaron 30 min, 4 horas, una semana y no llamaba.

Decidí esperar a que me buscará, y después de una semana llamó, lo noté muy raro, aunque quedamos en platicar por el chat en la noche, nunca llegó, le perdí el contacto, no escribía, no hablaba y si quedaba en chatear no llegaba a la cita.
Me empecé a inquietar y a buscar información de él, en su página, la de su universidad, entraba al chat que sabía que él acostumbraba entrar y me ponía a buscarlo pasaba horas siguiéndole la pista, incluso le hablaba a larga distancia conformándome oyendo su voz, y desde luego, no dejaba de escribirle, no se ni para que hacia todo esto, ni yo misma lo entiendo, quizá por que era una forma de estar cerca de él, no lo sé.

En alguna ocasión, entré a tan dichoso chat y buscando en la lista de usuarios encontré el sobrenombre con el que entraba y empecé a platicar con él como si yo fuera otra persona, para mi buena o mala suerte ¡era él! Me di cuenta por todo lo que me platicaba de su vida. Él notó quien era yo en realidad pero se hizo el que no sabía. Tenía que salir del chat y me despedí, al final él me dijo: ¡ Perdóname, Marhyan! y me quedé súper sacada de onda, pues fue ahí donde confirmé que era mi tan adorado amigo.

Han pasado algunos meses de todo esto, aunque sigue estando ahí su fantasma, sólo él sabe por que actuó así y tampoco lo quisiera averiguar, para mí ha sido difícil aceptar que se puede dejar de querer de la noche a la mañana, pero veo que sí se puede... aunque duela.

Quién me iba a decir que a través de una máquina se pudiera querer y sufrir por alguien y sobre todo obsesionarse ¿¿no??

MARTA